martes, 10 de noviembre de 2009

LAS GAFAS DEL ABUELO



El abuelo de Suleimán se pasó la vida leyendo una y otra vez un solo libro: la Biblia. Leia despacio, muy despacio. Su imagen quedó grabada para siempre en la memoria de todos: inclinado sobre el gran libro, robando un poco de luz a los últimos rayos del sol poniente. Nunca quiso leer con luz artificial.

Y cuando se le preguntaba qué era lo que más deseaba respondía “Una buena edición de la Biblia en el cielo”. Allí se sentaría al pie de un árbol y leería día y noche, porque en el cielo nunca se pone el sol.

Con el paso de los años sus ojos se debilitaron y se procuró unas gafas. Por aquel entonces no había ópticos ni oculistas en Damasco, se iba al chamarilero. Allí había toda clase de gafas, y uno se las iba probando hasta que daba con las adecuadas.
Las gafas transformaron la cara del abuelo.






Ya no parecía bondadoso e inteligente, sino nervioso, asustadizo y permanentemente asombrado. Cuando Suleimán se lo comentó a su abuela ella se echó a reír:
“Sí, a veces se pone nervioso de miedo y el asombro lo tiene desde que nació”
Un día, el abuelo murió. Suleimán había estado fuera con su madre tres días y cuando regresaron lo encontraron tirado en el salón ya rígido. El chico lamentó su pérdida durante mucho tiempo. El mejor abuelo del mundo era un excelente y paciente autor de trabajos manuales y siempre había sido un buen amigo para él.

Dos semanas después, Suleimán descubrió las gafas del abuelo en la estantería, detrás de la Biblia. Las cogió y se las llevó corriendo a su abuela.





“Abuela –exclamó casi sin aliento- el abuelo no podrá leer en el cielo.
Ella se quedó mirándolo un momento, algo confusa. Luego sonrió:
“Primero tiene que conocer el cielo y cuando yo le siga ya le llevaré las gafas”

Seis meses después, la abuela enfermó de gravedad, y cuando en la comida Suleimán oyó a su madre que comentaba con su tío que temía que la abuela pronto seguiría al abuelo, el chico respiró aliviado. Corrió a su habitación, cogió las gafas y las dejó sobre la cama de la abuela.


“No olvides las gafas”, susurró y a ella le entró tal risa que le dio un ataque de tos. Luego le acarició la cabeza y cogió las gafas.
Murió tres días después. Los vecinos se sorprendían al acercarse al ataúd, lo habitual era poner un rosario en las manos de las mujeres. En cambio, las de la abuela aferraban las gafas de su marido.
“Fue su expreso deseo –explicó la madre de Suleimán al irritado sacerdote y el chico estuvo seguro de que aquel día su abuelo podría retomar la lectura.

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En Siria hay una parte de cristianos, estos personajes lo eran. Rosa 10.11.09 Barcelona

2 comentarios:

Empe dijo...

Si es que... A nadie se le ocurriría eso más que a un cristiano. Bueno, en realidad, tengo que hacer una confesión: en mi testamento vital lo he donado todo (mis órganos) menos los ojos, por si acaso tengo que ver algo. Y sin ojos, ya se sabe. Ojos que no ven... están ciegos.

Enigma dijo...

Empe, aqui no se trata de los cristtianos o la religión que sea.
Se trata de la inocencia de un niño que desea que su abuelo sea feliz en el cielo ... o donde vaya el alma o lo que sea.

Yo hace años que di mi cuerpo al hospital S.Pablo. todo! los ojos... para que conservalos? para ver las injusticias que se hacen? para los buenos recuerdos ya me llevaré en mi mente todo.